Juan Mari Larrañaga Ysasi-Ysasmendi, autor de este blog

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sábado, 10 de marzo de 2012

Domingo III de Cuaresma (ciclo B)

PRIMERA LECTURA
La Ley se dio por medio de Moisés


Lectura del libro del Éxodo 20, 1-17


En aquellos días, el Señor pronunció las siguientes palabras: «Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto, de la esclavitud. No tendrás otros dioses frente a mí. No te harás ídolos, figura alguna de lo que hay arriba en el cielo, abajo en la tierra o en el agua debajo de la tierra. No te postrarás ante ellos, ni les darás culto; porque yo, el Señor, tu Dios, soy un dios celoso: castigo el pecado de los padres en los hijos, nietos y biznietos, cuando me aborrecen. Pero actúo con piedad por mil generaciones cuando me aman y guardan mis preceptos. No pronunciarás el nombre del Señor, tu Dios, en falso. Porque no dejará el Señor impune a quien pronuncie su nombre en falso. Fíjate en el sábado para santificarlo. Durante seis días trabaja y haz tus tareas, pero el día séptimo es un día de descanso, dedicado al Señor, tu Dios: no harás trabajo alguno, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tu ganado, ni el forastero que viva en tus ciudades. Porque en seis días hizo el Señor el cielo, la tierra y el mar y lo que hay en ellos. Y el séptimo día descansó: por eso bendijo el Señor el sábado y lo santificó. Honra a tu padre y a tu madre: así prolongarás tus días en la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar. No matarás. No cometerás adulterio. No robarás. No darás testimonio falso contra tu prójimo. No codiciarás los bienes de tu prójimo; no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de él.» Palabra de Dios.


SALMO RESPONRIAL
Sal 18, 8. 9. 10. 11


R. Señor, tú tienes palabras de vida eterna.


La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma; el precepto del Señor es fiel e instruye al ignorante.


R. Señor, tú tienes palabras de vida eterna.


Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón; la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos.


R. Señor, tú tienes palabras de vida eterna.


La voluntad del Señor es pura y eternamente estable; los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos.


R. Señor, tú tienes palabras de vida eterna.


Más preciosos que el oro, más que el oro fino; más dulces que la miel de un panal que destila.


R. Señor, tú tienes palabras de vida eterna.


SEGUNDA LECTURA
Predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los hombres, pero, para los llamados, sabiduría de Dios


Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios l- 22-25


Hermanos: Los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; pero, para los llamados -judíos o griegos-, un Mesías que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Pues lo necio de Dios es más sabio que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres. Palabra de Dios.


EVANGELIO
Destruid este templo, y en tres días lo levantaré


Lectura del santo evangelio según san Juan 2, 13-25


Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: -«Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.» Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora.» Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: - «¿Qué signos nos muestras para obrar así?» Jesús contestó: - «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.» Los judíos replicaron: - «Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?» Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y, cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús. Mientras estaba en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que hacía; pero Jesús no se confiaba con ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque él sabía lo que hay dentro de cada hombre. Palabra del Señor.


COMENTARIO


En el Antiguo Testamento y, en general, a lo largo de toda la Historia Universal, hasta que Moisés bajó del Horeb –Sinaí– con las Tablas de la Ley escritas por Dios en dos piedras, los hombres se regían según el instinto del cacique, jefe o rey que gobernase a un pueblo, tribu o reino, llegando a hacer auténticas barbaridades en honor a las diferentes divinidades que se han creído. Por eso, aunque sea de forma tan perfecta para aquella época que parecía imposible de cumplir, Dios dejó el Decálogo –los Diez Mandamientos– a su pueblo Israel, tras más de cuatro siglos y medio de cautiverio en Egipto. Entraron en Egipto cuando, por culpa de una pertinaz sequía y escasez de pastos, tuvieron conocimiento de la abundancia de trigo en los graneros del país (Gn, 42) y, tras la muerte de Jacob (Gn. 49, 33), José, uno de sus doce hijos, que fue nombrado Primer Ministro por el Faraón años atrás (Gn. 41, 37-49), perdonó a sus hermanos acogiéndolos allí (Gn. 50, 15-23) donde se multiplicaron. Los egipcios, con el paso del tiempo, fueron olvidando lo que hizo José por ellos y tuvieron miedo de los israelitas, sometiéndolos a la esclavitud (Ex.1, 8-ss.).
En Egipto, el Señor parecía haber abandonado a su Pueblo. En realidad, no fue así. Dios no lo abandonó jamás. Lo que quiso era oír su oración en forma de lamento, de súplica, para poder obrar la acción salvífica de sacarlo de aquel país con los portentos que realizaría y supiese que sólo Él es Dios, que los dioses de Egipto no eran nada a Su lado. Por eso, el primer mandamiento dice: “Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto, de la esclavitud. No tendrás otros dioses frente a mí. No te harás ídolos, figura alguna de lo que hay arriba en el cielo, abajo en la tierra o en el agua debajo de la tierra. No te postrarás ante ellos, ni les darás culto; porque yo, el Señor, tu Dios, soy un dios celoso”. De hecho, los tres primeros mandamientos se refieren a Él.
Pero lo que de verdad me interesa comentar es el hecho de que Dios nos haya dado una verdadera declaración de los derechos humanos muchos siglos antes de la Revolución Francesa de 1789 o de la Carta de Derechos de los Estados Unidos, emanada de su misma Constitución de 1787 que, a su vez, emana de su Declaración de Independencia de 1776 o de la mismísima Declaración Universal de Derechos Humanos de la ONU en el año 1948. Vuelvo al comienzo del comentario para resaltar este hecho. Gracias al Decálogo, si los hombres, especialmente los de cultura judeocristiana, no fueron capaces de evitar autenticas barbaridades, al menos los encauza hacia una verdadera hermandad donde no se cometa crímenes tan horrendos como los cometidos en el pasado.
He ahí la verdadera intención del Señor: que le consideremos como Padre y que nos consideremos sus hijos y hermanos entre nosotros. Hemos de tomar conciencia de su importancia si no queremos volver a cometer los mismos errores del pasado ni oír estas palabras: “El celo de tu casa me devora”. 

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