Juan Mari Larrañaga Ysasi-Ysasmendi, autor de este blog

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sábado, 11 de febrero de 2012

Domingo B de la 6a semana de Tiempo Ordinario

Jesús se compadece del leproso
El pecado es la lepra del alma


PRIMERA LECTURA
El leproso tendrá su morada fuera del campamento


Lectura del libro del Levítico 13,1-2.44-46


El Señor dijo a Moisés y a Aarón: - «Cuando alguno tenga una inflamación, una erupción o una mancha en la piel, y se le produzca la lepra, será llevado ante Aarón, el sacerdote, o cualquiera de sus hijos sacerdotes. Se trata de un hombre con lepra: es impuro. El sacerdote lo declarará impuro de lepra en la cabeza. El que haya sido declarado enfermo de lepra andará harapiento y despeinado, con la barba tapada y gritando: "¡Impuro, impuro!" Mientras le dure la afección, seguirá impuro; vivirá solo y tendrá su morada fuera del campamento.» Palabra de Dios.


SALMO RESPONSORIAL
Sal 31, 1-2. 5. 11


R. Tú eres mi refugio, me rodeas de cantos de liberación.


Dichoso el que está absuelto de su culpa,
a quien le han sepultado su pecado;
dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito.



R. Tú eres mi refugio, me rodeas de cantos de liberación.


Había pecado, lo reconocí,
no te encubrí mi delito;
propuse: «Confesaré al Señor mi culpa y tú perdonaste mi culpa y mi pecado.



R. Tú eres mi refugio, me rodeas de cantos de liberación.


Alegraos,
justos, y gozad con el Señor; aclamadlo,
los de corazón sincero. 



R. Tú eres mi refugio, me rodeas de cantos de liberación.


SEGUNDA LECTURA
Seguid mi ejemplo, como yo sigo el de Cristo


 Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 10,31-11, 1


Hermanos: Cuando comáis o bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios. No deis motivo de escándalo a los judíos, ni a los griegos, ni a la Iglesia de Dios, como yo, por mi parte, procuro contentar en todo a todos, no buscando mi propio bien, sino el de la mayoría, para que se salven. Seguid mi ejemplo, como yo sigo el de Cristo. Palabra de Dios.


EVANGELIO
La lepra se le quitó, y quedó limpio


Lectura del santo evangelio según san Marcos 1,40-45


En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: - «Si quieres, puedes limpiarme.» Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó, diciendo: - «Quiero: queda limpio.» La lepra se le quitó inmediatamente, y quedó limpio. El lo
despidió, encargándole severamente: - «No se lo digas a nadie; pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés.» Pero, cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún Pueblo, se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas partes. Palabra del Señor.


COMENTARIO


¿Quién no tiene un ejemplo en el cual verse reflejado a modo de espejo (sus padres, un futbolista, un artista...)? Nosotros los cristianos nos debemos ver reflejados en Jesucristo y en la Santísima Virgen María, como hicieron a lo largo de la historia los santos. También en éstos tendríamos que reflejarnos porque sus vidas, aunque en algunas aparezcan muchas “sombras”, han sido modeladas de tal modo que nos han dejado impresa la huella de Cristo.


Mi modelo es el beato Juan Pablo II. Cierto es que está muy reciente su muerte, mejor dicho, su partida a la Casa del Padre, además de ser el Papa de mi generación (desde el 16 de octubre de 1978 hasta el 2 de abril de 2005), pero me ha dado un ejemplo al no querer bajarse de la Cruz ni abandonar su misión y al apurar hasta la última gota su cáliz.


La lepra hoy en día tiene cura. Sin embargo, en la antigüedad era una enfermedad estigmatizada, excluyente social y familiarmente porque se creía que era un castigo divino por algún pecado cometido. Pero la lepra del cuerpo nada tiene que ver con la del alma. Es el pecado la del alma. Jesús se compadece del leproso y le dice: «Quiero: queda limpio.» La lepra se le quitó inmediatamente, y quedó limpio. Él lo despidió, encargándole severamente: - «No se lo digas a nadie; pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés.» La purificación del alma es lo que sana el cuerpo, aunque en apariencia físicamente siga hecho una “calamidad”.
El beato Juan Pablo II nos dejó un grandioso ejemplo de ello en su larga y penosa, pero gozosa a la vez, enfermedad, completando en su “carne lo que falta a la pasión de Cristo” (Col. 1,24). 

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